Por Sergio Napoli
“Simplemente, no lo entiendo”, Jupp Derwall, DT alemán luego de Argelia 2-Alemania 1
Ya antes de que se diera el puntapié inicial, la Copa del Mundo de España 82 traía buenas noticias para África. Con la ampliación a 24 participantes, el continente se había garantizado por primera vez en la historia dos plazas fijas en la fase final del torneo. De esta forma, aunque parcialmente, se remediaba la evidente sub representación que sufrían los africanos en el certamen.
Luego de unas largas y extenuantes eliminatorias Camerún y Argelia obtuvieron los boletos para la cita ibérica. Ambas selecciones que eran debutantes absolutas en el torneo dejaron, de distinta forma, una huella indeleble en la competición. Los cameruneses, retornarían a casa invictos, pese a que debieron medirse con el futuro campeón del mundo (Italia) y dos poderosos equipos de la época (Polonia y Perú). Sin embargo, el gran golpe del torneo estaría a cargo de los argelinos que, con un fútbol fresco, dinámico y veloz, vencerían en su debut a una selección alemana plagada de estrellas -a la postre subcampeona del mundo- y sólo serían eliminados del torneo como consecuencia de uno de los partidos más escandalosos de la historia de los mundiales.
La selección argelina: fútbol, política y emblema nacional
Para poder comprender el suceso de los “Zorros del Desierto” en España 82 es necesario detenerse en la relación que, desde siempre, ha unido a la selección nacional de Argelia con el pueblo argelino. Se trata, muy probablemente, de un vínculo único e incomparable a nivel mundial, que tiene su origen incluso antes de la independencia. Más precisamente, hay que remontarse a 1958, año en el que un grupo de jugadores profesionales argelinos decidió abandonar su carrera y fortuna en el futbol francés para huir clandestinamente de Europa y conformar el “glorioso equipo del Frente de Liberación Nacional”, un combinado que viajó por el mundo para disputar encuentros de fútbol y, por sobre todas las cosas, difundir la causa independentista argelina en todos los rincones del planeta. Desde ese mismo instante, el equipo nacional se transformó en un símbolo de la lucha contra la opresión colonial europea y en el orgullo de todos los argelinos.
El Frente de Liberación Nacional tenía muy en claro que el deporte era una vía eficaz tanto para legitimar y consolidar a la futura nación por cuya independencia luchaba como para proyectar y promover la imagen de Argelia a nivel internacional. Por eso, en 1962, luego de declarada la independencia y asumido el gobierno, dispuso un fuerte apoyo al deporte, sustentado en los importantes fondos que obtenía de la explotación del petróleo y el gas, recursos naturales que habían sido recientemente nacionalizados. De esta forma, pudo incorporar personal especializado y construir una importante infraestructura deportiva. Por otra parte, al adoptar un modelo socialista de gobierno, el Frente rechazaba el profesionalismo en el deporte, pues veía en él un símbolo del capitalismo y del colonialismo. En 1965, en el diario del FNL un artículo afirmaba que “ganarse la vida con el deporte en Argelia después de la guerra de la independencia no es posible ni admisible con un pueblo que aún sufre hambre”. También estaba cerrada la posibilidad de transferencias de jugadores locales a equipos extranjeros.
El fútbol era, sin dudas, el deporte más popular y arraigado en el país, sin embargo, luego de la independencia los éxitos deportivos no llegaban. Entre 1962 y 1978 el combinado nacional logró clasificar sólo una vez a la fase final de la Copa Africana de Naciones y fue eliminado en la primera ronda. Tampoco en otras competencias se obtuvieron resultados mínimamente destacables.
En 1977 se encaró una reforma en la estructural del deporte. El amateurismo en el fútbol no estaba funcionando, por lo que se decidió transferir el control de los equipos locales a las distintas compañías estatales que operaban en el país. De esta forma, los futbolistas se transformaron, técnicamente, en empleados de esas empresas, lo que les aseguraba un salario fijo y económicamente significativo. Al mismo tiempo, les permitía dedicarse “full time” a su carrera deportiva.
También, se decidió sumar al staff de la selección nacional a ex jugadores del “glorioso equipo del FLN”. La relevancia que los héroes del 58 tendrían en la conformación del núcleo de la selección que sorprendería al mundo en 1982 la pone en evidencia el exquisito mediocampista Lakdhar Bellumi, al recordar que “Los muchachos del FLN eran como nuestros segundos padres, en sus días abandonaron fama y fortuna para luchar por su país y nosotros continuamos esa pelea”.
Los progresos que trajeron las nuevas medidas se hicieron evidentes casi inmediatamente. En 1978 los zorros del desierto se coronarían campeones de los Juegos Africanos, en 1979 obtendrían el tercer lugar en los Juegos Mediterráneos, en 1980 llegarían a los cuartos de final de los Juegos Olímpicos de Moscú y también ese año disputarían la final de la Copa Africana de Naciones, que perderían con los organizadores del torneo, Nigeria.
La generación dorada del fútbol argelino
Los resultados eran el producto de la “generación dorada” del fútbol argelino, que comenzó a gestarse en 1978. En ese grupo se destacaban, entre otros, el ya mencionado Lakhdar Belloumi, el implacable delantero Rabah Madjer, Salah Assad -un veloz y desequilibrante puntero izquierdo- y el elegante defensor Chabane Merzekane. Se trataba de una camada de jugadores talentosos y con ansias de gloria.
Como todos los jugadores militaban en equipos de la liga local, entrenaban semanalmente en el seleccionado nacional donde, además, compartían muchos partidos amistosos. Esta convivencia, como reconocerían los mismos protagonistas, permitió crear un clima de camaradería y unidad en el equipo.
Sin embargo, las autoridades del fútbol consideraron necesario contratar a un DT que puliera las habilidades de la camada y los ayudara a dar el salto de calidad a nivel internacional. El elegido para esa tarea fue el ruso Evgeni Rogov, ex jugador del Lokomotiv Moscú, que estuvo a cargo del seleccionado en la fase final de clasificación al mundial de España 1982.
Finalmente, y para dotar de mayor experiencia al equipo, se decidió convocar a jugadores profesionales de la diáspora como Mustapha Dahleb (del PSG), Faouzi Mansouri (del Montpellier) y Noureddine Kourichi (del Girondins de Bourdeaux). Se trataba de jugadores que habían desarrollado toda su carrera en el fútbol en Francia. Estos llamados eran muy selectivos pues la Federación controlaba que ninguno de los convocados fuera hijo de harkis (nombre que se daba a los colaboradores de los franceses en la guerra por la independencia). Veinte años después de la independencia, el fútbol seguía siendo un campo de batalla en la construcción de la identidad nacional.
En noviembre de 1981, los zorros del desierto vencerían a Nigeria en los dos partidos de la serie final de las eliminatorias para España 82. De esta forma, se tomaban revancha de la derrota de la final de la Copa Africana de Naciones de 1980 y obtenían el pasaporte mundialista. “Perder la final nos afectó mucho porque en esa época era extremadamente difícil ganar la copa de África. Nosotros sabíamos que teníamos un mejor equipo y que no nos podían ganar de nuevo, aunque el partido se jugara diez veces”, afirmaría Beloumi, que, con dos goles anotados, se transformaría en la figura de la serie contra los nigerianos.
A preparar la cita mundialista
Una vez lograda la clasificación, distintas empresas internacionales comenzaron a poner el ojo en la selección argelina. Puma y Adidas se postularon para vestir al equipo e incluso una de esas firmas ofreció campos de entrenamiento en Suiza para la preparación. Sin embargo, las autoridades descartaron las propuestas pues venían del centro mismo del capitalismo colonial y decidieron que la indumentaria de la selección fuera producida por la empresa textil argelina Sonitex y, en una muestra de la arabización encarada por el FLN, la casaca incluiría el nombre del país en árabe, en grandes letras estampadas en el pecho. Esta decisión dio al mundo la posibilidad de contemplar una de las más bellas remeras que haya lucido una selección en una Copa del Mundo.
Además, para combatir las propuestas incesantes que llegaban de clubes europeos, que se veían cómo una muestra más de la política imperialista de los países capitalistas, se prohibió a los jugadores del equipo nacional firmar contratos profesionales en el exterior antes de los 28 años, salvo que existiera una autorización especial de las autoridades de la Federación de Fútbol Argelina. Esta medida traería consecuencias negativas durante el transcurso de la Copa del Mundo. Su aplicación fue tan férrea que Salah Assad consiguió firmar un contrato con el F.C. Mulhouse francés sólo después de pedirle personalmente al presidente de la nación la excepción. Algo similar ocurriría con Rabah Madjer, futura estrella y campeón continental con el F.C. Porto.
La preparación para la Copa del Mundo fue muy positiva para los argelinos que, con un juego explosivo, basado en la habilidad de muchos de sus jugadores, empataron 1-1 con Perú y vencieron a la República de Irlanda, al Real Madrid y al Benfica. Al mando del equipo ya no estaba Rogov, sino la dupla integrada por Mahieddine Khalef y Rachid Mekhloufi –estrella del equipo del 58-.
El triunfo que paralizó al mundo
El sorteo realizado el 16 de enero de 1982 en Madrid no fue muy favorable para los Zorros del Desierto, pues determinó que su debut absoluto en una Copa del Mundo fuera nada menos que frente a la selección de la República Federal de Alemania. Los bicampeones del mundo llegaban a la cita mundialista como candidatos y con un equipo plagado de estrellas como Harald Schumacher, Hans-Peter Briegel, Paul Breitner, Karl Heinz Rummenigge y Pierre Littbarski. Además, ostentaban el título de campeones de Europa, obtenido en Italia en 1980, y habían clasificado al mundial con un record de 8 partidos ganados sobre 8 jugados, 30 goles a favor y sólo 3 en contra.
Con esos antecedentes, los germanos no tuvieron empacho en demostrar el poco respeto que tenían por los argelinos. “Vamos a dedicarle el séptimo gol a nuestras esposas y el octavo a nuestros perros”, afirmaba un jugador en el campamento teutón en la previa del encuentro. “Jugaré el partido con un habano en mi boca” decía otro de los protagonistas. Incluso el DT, Jupp Derwall, reconoció que desistió de mostrar videos de Argelia a sus jugadores porque tenía miedo de que se rieran de él y declaró que si perdían contra los africanos “se debería tomar el primer tren que partiera a Alemania Occidental”.
En este contexto, el 16 de junio, en un estadio El Molinón de Gijón, hasta el que habían viajado muchos argelinos, se desarrolló el partido que cambiaría la percepción del mundo sobre el fútbol africano.
Desde el pitazo inicial, los alemanes se vieron sorprendidos por un equipo que tenía habilidad, velocidad, un juego que fluía naturalmente y un dinamismo extraño para una selección africana. Además, en la cancha, aparecía un grupo unido, habituado a jugar junto y con la conciencia de saber que estaba frente a un reto histórico. Si bien los europeos mostraban un leve dominio en el juego, los argelinos aprovechaban los espacios que dejaba Breitner, acostumbrado a pasar al ataque, para generar peligro en el área de la Mannschaft. Además, desbordaban por las bandas a un equipo germano que no salía de su asombro ante lo que ocurría en el campo de juego.
A los 54 minutos, el infalible Rabah Majder pondría a los argelinos al frente del marcador. Lo alemanes, tocados en su amor propio, salieron en búsqueda del empate, al que llegarían a los 67 minutos de la mano de Rummenigge. De repente, todo parecía volver a la “normalidad” y la prensa y los espectadores daban por descontada la remontada alemana.
Sin embargo, los africanos no acusaron el golpe, sacaron del medio campo y, sin que los teutones pudieran volver a tocar el balón, hilvanaron una jugada colectiva que incluyó nueve pases consecutivos y concluyó con un desborde y centro de Asad que Lakdhar Belloumi cambió por gol.
El resto del partido transcurrió entre la impotencia alemana y los intentos argelinos, con algunos lujos incluidos, de ampliar el marcador.
Finalmente, el árbitro peruano Enrique Labo Revoredo hizo sonar su silbato decretando el final del encuentro. La hazaña estaba consumada. La explosión de los jugadores dentro del campo encontraba eco en las tribunas, con espectadores argelinos y españoles celebrando juntos el histórico triunfo. Por primera vez un equipo africano vencía a uno europeo en una Copa del Mundo y, para aumentar la épica, lo hacía en el viejo continente y ante uno de los candidatos a ganar el torneo.
El golpe en El Molinón marcaría un punto de inflexión en los mundiales. A partir de ese momento, los equipos africanos dejarían de ser el invitado exótico y pintoresco a la cita mundialista y no serían nunca más mirados con desdén y desprecio por europeos y americanos.
Finalizado el encuentro Belloumi, se tomaba revancha de la arrogancia alemana y señalaba: “Por nuestra historia, el vínculo entre la selección y nuestra gente es muy fuerte, por eso tomamos las declaraciones de los alemanes como un insulto al pueblo argelino”. En esa misma línea, el mago del Magreb dedicó su gol al 20 aniversario de la independencia de su país, que se cumplía en 1982.
Para el DT. Mekloufi “fue el momento más hermoso en la historia del futbol argelino. Dejamos estupefacto al mundo del futbol. La alegría que llevamos a los argelinos con el gol de Belloumi quedará grabado para siempre en mi memoria”.
A partir del triunfo, los argelinos tendrían el apoyo no solo de los africanos, sino también del mundo árabe e incluso de muchos españoles.
Jugar un Mundial nunca es fácil
La euforia por la victoria ante Alemania duró varios días, no sólo en Argelia, sino también en el campamento vencedor. Sin embargo, un impacto de tal magnitud tenía que repercutir sobre el ánimo de los protagonistas. Claramente, los agotó psicológicamente y afectó la preparación del siguiente partido ante Austria que, en el debut, había vencido 1-0 a Chile.
Los austríacos, prevenidos del potencial de los africanos, planificaron muy seriamente el encuentro, examinando los puntos fuertes y débiles de sus rivales. El DT, Georg Schmidt, no tenía intención de ser la víctima de una nueva sorpresa.
El 21 de junio los argelinos ya no llegaban al estadio Carlos Tartiere de Oviedo como punto. Ahora las miradas del mundo del fútbol se posaban sobre ellos, a la espera de que confirmaran todo lo bueno hecho frente a Alemania.
Sin embargo, la inexperiencia y el nerviosismo les jugaron una mala pasada. A pesar de generar varias oportunidades claras de gol, los austríacos fueron quienes pasaron al frente en el marcador, merced a un gol de Walter Schachner a los 55 minutos de juego. Los argelinos no lograban reponerse de ese golpe. Para colmo, a los 67 minutos Hans Krankl anotaba el 2-0 y de esta forma sellaba la suerte del encuentro.
Algunos años más tarde el mediocampista Salah Assad reconocería que “después de ganarle a los alemanes seguimos en la luna, y pagamos el precio ante Austria”. En ese mismo sentido, el DT Mekloufi recordaría: “Para mis jugadores, la Copa del Mundo había terminado después del partido con Alemania”.
Pero el resultado no solo fue consecuencia de la inexperiencia. La previa del partido no había sido la mejor para el plantel, que había tenido varios encontronazos con los dirigentes de la Federación Argelina de Fútbol, pues no habían cumplido con los premios prometidos, algo que, por cierto, no era nada novedoso en el fútbol africano. Además, muchos jugadores se sentían cada vez más incomodos con la prohibición de emigrar antes de los 28 años, principalmente porque después de la victoria ante Alemania comenzaron a recibir tentadoras ofertas de muchas instituciones europeas, que no podían aceptar.
Alemania, por su parte, vencía por 4-1 a Chile y dejaba el grupo abierto para la fecha final.
Triunfo con sabor a derrota
Increíblemente, el fixture determinaba que en la última fecha del grupo se jugaría en distintos días. El 24 de junio, Argelia enfrentaría en Oviedo a la ya eliminada selección chilena y, un día después, alemanes y austríacos chocarían en Gijón.
Pese a la derrota ante los austríacos, los argelinos tenían una nueva posibilidad de hacer historia, ya que de obtener un buen resultado podrían transformarse en la primera selección africana en superar la fase de grupos de una Copa del Mundo.
Y todo parecía encaminarse en ese sentido. A pesar de no contar con Belloumi, lesionado, a solo 7 minutos del inicio del encuentro lograban ponerse adelante en el marcador y, a los 35, ya vencían 3 a 0 a los chilenos. Salah Assad, en dos ocasiones, y Tedj Bensaoula anotaron los tantos de una dominante selección argelina que se iba al descanso con esa ventaja que la dejaba en una inmejorable posición para pasar de ronda, ya que la goleada obligaba a alemanes y austríacos a disputarse el todo por el todo en su enfrentamiento del día posterior.
Sin embargo, en el segundo tiempo una vez más la falta de concentración perjudicaría a los argelinos, que no supieron enfriar el partido ni jugar con la ventaja obtenida. A los 59 minutos concederían a los chilenos un penal infantil que Miguel Neira cambiaría por gol y, un poco más tarde, Juan Letelier anotaría el segundo tanto chileno. De esta forma, el partido finalizaba 3-2. Con ese resultado, si Alemania vencía por 1 o 2 goles a Austria, ambos equipos se clasificarían a la siguiente fase, dejando en el camino a los del norte de África.
Nichtangriffspak von Gijón (el pacto de no agresión de Gijón)
El 25 de junio, las selecciones de Austria y Alemania llegaban al estadio El Molinón con el resultado de los argelinos ya sellado y sabiendo que existían dos resultados que les permitían a ambos seguir en carrera en el torneo. En este particular contexto tendría lugar uno de los partidos más vergonzosos de la historia de los mundiales.
Rápidamente, a los 10 minutos de juego, los alemanes se pusieron en ventaja con un gol de Horst Hrubesch. Desde ese momento, y por diez minutos más, en el terreno hubo algo parecido a un partido de fútbol. En el minuto 20, Wolfgang Dremmler realizó el segundo, y último, tiro al arco de los germanos en el todo el cotejo. A partir de ese momento, el trámite del encuentro comenzó a hacerse más y más lento. El 1-0 convenía a los dos bandos, que jugaban sistemáticamente la pelota hacia atrás o, en el mejor de los casos, de lado a lado, sin llegar nunca a los arcos. Ninguno de los dos equipos disimulaba la decisión de no atacar.
A medida que iba avanzando el encuentro el público pasó de la sorpresa a la indignación y a los 51 minutos, comenzó a bajar de las tribunas el grito de “Argelia, Argelia”. Los espectadores, cansados de la pasividad de los protagonistas los invitaban, a grito pelado a “…que se besen, que se besen…”. Algunos hinchas argelinos presentes en el estadio comenzaron a mostrar y arrojar pesetas como forma de patentizar el arreglo, otros, menos pacíficos, intentaron ingresar al campo de juego para poner fin al ominoso espectáculo. Incluso un hincha alemán, visiblemente ofuscado, quemó la bandera de su país.
Al ver lo que ocurría, Robert Seeger, comentaristas de la TV austríaca, invitó a los televidentes a apagar los televisores y se negó a hablar en la última hora de la transmisión. Luego declararía que, los jugadores austríacos enojados con su actitud presionaron a la cadena en la que trabajaba para lograr su despido. Del lado alemán, también había rechazos. Eberhard Stanjek, periodista de la TV alemana, le decía en vivo a todo el país que “lo que está ocurriendo aquí es una vergüenza y no tiene nada que ver con el fútbol. Pueden decir lo que quieran, pero ningún fin justifica cualquier medio”.
Finalmente, el partido culminó con el resultado que convenía a dos rivales y con Argelia fuera de la Copa del Mundo. El enojo era tal en los aficionados que, por la noche, muchos de ellos se presentaron en las puertas del hotel de los alemanes para expresar su indignación con la prestación del equipo. Como respuesta, los jugadores arrojaron desde los balcones del alejamiento botellas de agua al público.
Al día siguiente, los diarios del mundo se harían eco del patético espectáculo y se referían al partido como la “The disgrace of Gijón” (la vergüenza de Gijón) o El Anschluss (palabra con que históricamente se refirió a la anexión de Austria por los nazis).
Con la frente alta y la satisfacción del deber cumplido
La Federación Argelina de Fútbol presentó una protesta formal ante la FIFA solicitando que se anulara el partido. Luego de una reunión de 3 horas y media, y pese a que el bochorno había sido televisado en vivo a todo el mundo, el pedido fue rechazado.
Sin embargo, ante la evidente injusticia perpetrada y, sobretodo, para evitar reiteraciones que dañaban al negocio, la organización que rige al fútbol mundial decidió que, de allí en adelante, los partidos de la última fecha de la fase de grupos de la Copa del Mundo se jugarían en un mismo día y a la misma hora. El sistema también se adoptó para casi todos los torneos internacionales.
Pasados los años, Hans Peter Briegel, uno de los apuntados como artífice del “Pacto de Gijón”, reconocería que “…ellos merecían calificar después de haber jugado un futbol de calidad. No hubo un arreglo entre nosotros y los austríacos. Después de lograr el primer gol dejamos de atacar porque ya habíamos logrado el objetivo”.
A los argelinos la aventura mundialista les dejó un sabor agridulce pues sabían que habían dejado pasar una oportunidad histórica, pero también que se retiraban con un triunfo sobre una potencia europea y con el reconocimiento mundial por el nivel de juego desplegado. Esta sensación quedaría graficada por Chaabane Merzekane que, con orgullo, destacaría que “ver a dos potencias degradarse a ese nivel para eliminarnos es un tributo a Argelia. Ellos pasaron de ronda en forma deshonrosa, nosotros nos fuimos con la cabeza en alto”.
La trascendencia de lo realizado por los Zorros del Desierto en 1982 sería descripta en forma precisa por Belloumi al remarcar que “nuestra actuación forzó a la FIFA a cambiar la organización de los torneos, y eso fue más importante que la victoria. Ese suceso demuestra que Argelia dejó una marca indeleble en la historia del futbol”.
En su paso por el Mundial de España, la selección de fútbol argelina se convertiría, una vez más, en motivo de orgullo de su pueblo. Para la memoria nacional, la actuación del equipo de 1982 continuó la senda trazada por los héroes del 58 y, nuevamente, transformaba a Argelia en un poderoso representante del tercer mundo y del África independiente en la lucha contra la injusticia. Gracias a los Zorros del Desierto, la balanza de en Copa del Mundo se inclinaba, aunque más no fuera un poquito, para el lado de los débiles.