EL MUNDIAL QUE TARDÓ EN LLEGAR

El rugby es uno de los deportes reglamentados más antiguos que existen. Dice el mito que el inglés William Webb Ellis tomó un balón con sus manos en medio de un partido de fútbol -en 1823- y comenzó a correr rumbo al área rival y que, con eso, comenzaba a forjar una historia que iría creciendo con los años, al punto tal de que en 1871 se disputaría el primer encuentro entre selecciones, más precisamente un Inglaterra v Escocia. La ovalada, desde entonces, comenzaría a dejar su cuna en tierras británicas y comenzaría a viajar por el mundo, recalando primero en Europa (Francia) y luego en lugares como Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos o Argentina. Hasta la llegada de la Primera Guerra Mundial el juego era uno de los más practicados en el mundo, rivalizando incluso con su hermano, el fútbol. Sin embargo, hubo un punto de quiebre entre ambos deportes: mientras uno abrazaba la profesionalización, el otro se cerraba en si mismo, receloso, como queriendo mantener una falsa pureza.

El fútbol pediría su corona como deporte rey gracias a la masificación, buscando no solo pagarle a los jugadores por lo que hacían (incluso aunque fuera una paga mínima), sino también creando redes a través de diferentes torneos, tanto a nivel clubes como de selecciones, hecho que desembocó, en 1930, en el Mundial, un evento que se terminaría por transformar en uno de los hechos más trascendentales que existen. El rugby, sin embargo, moría en un tradicionalismo que parecía alejar a todo el mundo. Los rugbiers solían ser de clase alta no porque aquella casta jugase más, sino porque los obreros no podían dejar sus trabajos a cambio de nada. Eso hizo que incluso la disciplina nacida en Inglaterra sufriese una dura ruptura, creándose el rugby league, profesional desde sus inicios (y que se juega de a 13 y no de a 15). Los grandes eventos terminaban siendo las giras, momento en donde se generaban las mayores recaudaciones. Pero no existía un torneo en el cual se pudiera dirimir la duda sobre cuál era el mejor seleccionado a nivel global.

La historia comenzaría a cambiar a partir de los años ´70, cuando el presidente de la Unión de Rugby de Australia, Bill McLaughlin, le pidió a la International Rugby Board la creación de una Copa del Mundo en 1988 para poder festejar el Bicentenario del país, aunque al final el pedido terminaría siendo denegado. Sin embargo, la semilla ya estaba plantada. En marzo de 1983 la IRB volvió a poner sobre la mesa este concepto, aunque nuevamente las Uniones más tradicionalistas terminarían tirando la idea a la basura. Australia y Nueva Zelanda, dos de los países más potentes, unieron fuerzas y presentaron un estudio de viabilidad y para 1985 se volvería a poner en discusión la idea de un Mundial. Los oceánicos, unidos a naciones como Francia, volvieron a manifestar la necesidad de que el torneo viera la luz, ya que sentían que ese era un paso sumamente necesario, debido a que el rugby no podría seguir creciendo si no se expandía por todo el globo. Los británicos, mientras tanto, seguían recelosos, ya que creían que el torneo, inevitablemente, abriría las puertas al profesionalismo, algo que terminaría por desvirtuar al deporte. Curiosamente, la unión que terminaría definiendo la historia sería una que no podría disputar el certamen, Sudáfrica, la cuál estaba suspendida por su política del apartheid. Al final, las Home Nations recularían y darían el visto bueno. Los presentes no lo sabían aun, pero habían creado un evento que calaría hondo a nivel global durante las siguientes décadas.

1987 fue el año en el que se dispuso dar el puntapié inicial, con los encuentros disputándose en 11 sedes dispersas por los dos gigantes de Oceanía. Lo único que quedaba por dirimir era que 16 seleccionados disputarían el torneo. Con Sudáfrica out, las naciones que se aseguraron su lugar fueron las otras siete que pertenecían a la IRB (Inglaterra, Escocia, Gales, Irlanda, Francia, Australia y Nueva Zelanda) y luego habría nueve que serían invitadas, buscando la mayor globalidad posible, además de que tuvieran cierto nivel de crecimiento. Argentina, Canadá, Estados Unidos, Italia, Rumania, Fiji, Tonga, Japón y Zimbabwe fueron los que tuvieron la suerte de ganarse su lugar, aunque en el medio existieron dos polémicas. Primero con la Unión Soviética, que había sido invitada pero que rechazaría participar ya que sentía que solo suspender a Sudáfrica y no sacarla del organismo era algo intolerable. Y luego con Samoa Occidental, que quedó afuera del evento, algo que generó un gran enojo, ya que sentían que tenían más nivel que muchos de los conjuntos invitados. «El rugby no es un deporte mundial en este momento. Es muy fuerte en ciertas partes del mundo y en otros países se están adaptando a ese estándar» expresaría el presidente del comité organizador, John Kendall-Carpenter. Tuvieron que pasar 164 años, pero por fin la ovalada tendría su evento cúlmine.

El 22 de mayo, en el Eden Park de Auckland, comenzaría la historia, con unos All Blacks que barrieron a Italia por 70-6. La primera ronda serviría para darle la razón a Kendall-Carpenter, ya que los siete miembros de la IRB lograrían el pase a los cuartos de final con mucha holgura. La selección que aprovecharía el haber caído en una zona con un solo «preclasificado» fue Fiji, que gracias a su 28-9 ante la Argentina y al tener más tries que  albicelestes e italianos conseguiría el último pase. Los neozelandeses habían arrasado en la primera instancia (74-13 a Fiji y 46-15 a Argentina) y sus siguientes pasos, hasta la final, fueron similares, despachando tanto a Escocia (30-3) en los cuartos de final como a Gales (49-6) en semifinales. La otra finalista sería Francia, que tras un empate a 20 con los escoceses destruiría a Rumania y Zimbabwe en el Grupo 4 y luego eliminarían a Fiji (31-16) y a Australia en un partidazo (30-24), algo que evitó la final de ensueño entre los dos vecinos.

Tras el 22-21 de Gales ante Australia por el tercer y cuarto puesto llegaría el día de la gran final. El 20 de junio, nuevamente en Eden Park, saldrían a la cancha los dos mejores seleccionados del torneo. Los locales, que contaban con nombres como los de John Kirwan, David Kirk, Grant Fox, Sean Fitzpatrick, Wayne Shelford o John Gallagher, no tuvieron problemas en barrer a los galos por 29-9, con un segundo tiempo impresionante. Así, se llevarían un primer campeonato mundial que, pese al escepticismo previo (ni siquiera se sabía si habría otra edición antes del inicio del evento), terminaría por ser un éxito rotundo. Fox terminaría siendo el goleador con 126 puntos, dejando bastante atrás al australiano Michael Lynagh (82) y al escocés Gavin Hastings (62). Pero lo más importante, sin dudas, es que se había generado una mística que permitiría al rugby seguir creciendo a lo largo de los años, formalizando el profesionalismo en 1995 y viendo como los seleccionados menores iban creciendo (un ejemplo de esto fueron Los Pumas, que lograrían llegar a las semifinales del torneo en 2007 y 2015), llegando incluso a otorgarle la sede del evento a Japón en el 2019. En la actualidad la IRB cuenta con 110 miembros y con unas eliminatorias que duran hasta 3 años, jugándose partidos tanto en lugares como España o Rusia como en Guam o Ruanda. Además, el Mundial es el tercer evento más seguido a nivel global, solo por detrás de los Juegos Olímpicos o del Mundial de Fútbol. Habrá llegado tarde, si, pero cuando lo hizo terminó arrasando con todo.