LA REBELDÍA DEL SUR

Un verano de 1984. Un momento que marcó un antes y un después en la historia del fútbol mundial. Napoli, una entidad que apenas contaba con par de Copas en su haber, dio un salto de calidad insospechado tras la llegada un argentino.

Las penurias eran moneda corriente en una ciudad tan aguerrida como desilusionada. Un equipo que, par de décadas atrás, apenas conseguía resurgir a Primera. Todo eso cambió con Diego. Llegó como un hombre y se fue como un Dios, cuyo impacto sigue a través del tiempo, como el hecho de que el estadio partenopeo lleva su nombre. El bastión de donde se sostenían las esperanzas de un pueblo silenciado, uno que sentía que se le devolvía la dignidad después de tantas batallas perdidas. El sur parecía renacer.

Toda una estrella internacional que llegaba a un club ciertamente modesto. Uno que se había acostumbrado a ver como los equipos poderosos del norte se llevaban a los chicos que comenzaban a destacar en esta tierra. Toda una rebelión se estaba gestando desde las sombras.

Junto a él llegaba su compatriota Daniel Bertoni, todo un campeón del mundo en 1978. Esa temporada finalizaron octavos. La presencia de buenos jugadores hizo que el crecimiento del equipo fuera progresivo, con un tercer puesto ya en la campaña 1985-86 y clasificando para la entonces llamada Copa de la UEFA. Con Maradona regresando tras la apoteosis azteca, lo mejor ciertamente estaba por venir. La gloria que ellos tanto anhelaban.

La temporada del primer Scudetto (1986-87) representó una notable batalla de los napolitanos ante Juventus en la primera vuelta, a los que se le sumó el Inter de Milán mediado el campeonato. Los de Ottavio Bianchi lograron sobreponerse a los ataques y obtener, en la penúltima fecha, el título tras empatar 1-1 con Fiorentina. La locura se apoderó de las calles con un festejo histórico. Para el recuerdo queda aquella pancarta mostrada en la ′Curva B′ de su estadio: La storia ha voluto una data, 10 maggio 1987 (La historia quiso una fecha, 10 de mayo de 1987).

El siguiente año la historia parecía repetirse. Con una base liderada por el nuevo entrenador Alberto Bigon, Maradona y con nombres como Careca, Giordano, Ferrara, Renica, Bagni, de Napoli o Carnevale, el equipo iba viento en popa. Hasta pocas jornadas del final. Una serie de resultados inesperados le terminaron dando el subcampeonato en favor del AC Milán de Sacchi. Este duro golpe fue el combustible para realzar el rendimiento y lograr, en las siguientes dos campañas, la Copa de la UEFA (derrotando a quipos como Bordeaux, Bayern Múnich, Juventus o Stuttgart) y su segundo campeonato italiano (1989-90), con los milanistas como principales rivales.

Pero, claro está, Maradona nunca dejó de ser Maradona. Para lo bueno y lo malo. Casi siete años de plenitud, en donde la rebeldía que tanto caracterizaba a la ciudad se veía reflejada en los terrenos de juego, que comenzaban a percibir su inevitable declive. Tras un partido del Calcio, donde Napoli derrotó a Bari con gol de Gianfranco Zola, Maradona resultaría positivo por cocaína tras un control antidopaje. Esto le causó una sanción de 15 meses alejado de las canchas y lo último, futbolísticamente hablando, del argentino en Nápoles. El ciclo, ya entrado en los noventas, terminaría con un octavo puesto en Liga y la salida de Bigon, que seguiría su camino en Serie B, hasta lograr una última (y buena) estancia en Suiza. Nunca una ciudad europea se sintió tan latinoamericana como en aquella época, con un resurgimiento cultural que hacia a los habitantes del sur sentirse orgullosos de sus raíces.

Hace poco Antonio Moschella, periodista italiano e hincha de Napoli, comentaba en una entrevista para BBC Mundo que, ″más allá de los títulos y los goles, nunca habíamos tenido ese impacto, esa fuerza. Nunca habíamos tenido una historia contada tan bien, de manera tan linda. Él creó una epopeya. Él fue Cortázar. Él fue Gardel″. Con eso nos quedamos.