Uno tiene muchos motivos para elegir a qué club animar: por su historia, sus colores, sus jugadores, su afición; algo incluso más allá: por mero sentimiento patriótico-regionalista que, inevitablemente, empuja a identificare con una institución donde –sin ser de allí- se ha residido mucho tiempo. Tanto, que terminas adaptándote al medio, a la tierra y a sus costumbres.
Berlín es una ciudad que ha sufrido muchos cambios a lo largo de su historia. A veces innovadora, otras veces multicultural y, casi siempre, evocadora y atrayente para todo turista que quiera visitar un trozo de historia viva de Alemania. Pero, además, Berlín es una ciudad que esconde miles de historias.
Una de ellas, la del barrio de Oberschöneweide, en el distrito de Treptöw-Köpernick, cruzando el río Spree. Un barrio de tradición obrera desde que se impulsó la revolución industrial en toda Europa. Una población que siempre ha vivido en contra de lo establecido, situándose enfrente de todo régimen dictatorial que pasara por la ciudad y el estado en general: resistieron a los nazis y resistieron al régimen socialista de la República Democrática Alemana. Allí, en el viejo bosque que hoy alberga su estadio, se asienta el 1. FC Union Berlín o, como era conocido antiguamente, Union Oberschonewiede.
Siempre fue un rival difícil de batir, tanto o más costoso que fundir hierro. En los comienzos del siglo XX fue un club acostumbrado a ganar, o, al menos, a competir: logró campeonatos regionales que daban paso a competir en las eliminatorias por el título nacional. No había una Bundesliga o una competición regular como tal, al menos a nivel nacional durante el periodo de entreguerras. Pese a la derrota del campeonato nacional de 1923 a manos del Hamburgo, pronto se ganaron un sobrenombre que venía dado por su uniforme: vestían completamente de azul. Esta vestimenta recordaba a los obreros que trabajaban el hierro en el barrio.
En ese tiempo, la institución fue apodada como “Schlossejungs” (chicos del metal). No fue lo único que quedó para siempre en la memoria de los aficionados del Unión: su himno, Eisern Union (Unión de hierro) fue escrito en aquel entonces. También quedó perenne, porque así lo sentían, esa imagen cooperativa, de poder obrero y que siempre ha movilizado al club desde entonces. Porque una pasión no es tal si no se soporta lo que el Unión Berlín aguantó, después de la división del país en dos. Las ideas socialistas comulgaron con el este, y éste con ellos. “Sovietizaron” todo un vasto terreno y eso llegó a la clase social trabajadora –por humilde- de berlineses que decidieron quedarse, apostando por un modelo socio-económico que coincidía con su cooperativismo y camaradería adquiridos desde siempre y transmitidos de generación en generación.
La disolución de todos los clubes del país a finales de la década de los 40′ fue el primer obstáculo al que tuvieron que hacer frente: ahora se llamaban SP Oberschöneweide, perdiendo así el característico Unión de su creación. No se paró ahí: varias disoluciones y reagrupaciones, denegación de permisos por parte de los soviéticos para ir a jugar fuera del este berlinés – cuando les tocaban-, o trasvases masivos de jugadores a otros clubes berlineses de reciente fundación, no hizo más que empeorar lo que ya, de por sí, era la década más negra de la institución hasta entonces.
El Muro de Berlín, construido en 1961, tuvo un fuerte impacto deportivo en la ciudad: ya no sería tan fácil reforzarse y ganar algo de “poder” en la Oberliga. Múltiples cambios de nombres pasaron como denominación oficial, antes de quedarse con la definitiva etiqueta de Unión Berlín en 1966.
No obstante, el mayor obstáculo estaba en su mismo lado de una ciudad dividida entre las cuatro potencias ganadoras de la ciudad: el Dínamo Berlín. De sobra son conocidas las prácticas de la RDA durante la etapa de Erich Mielke: ligas ganadas para el “equipo de la Stasi” de forma sospechosa (o escandalosa), o, casi por decreto nacional de la RDA. La idea de que encontrasen al equipo de la Stasi en competiciones europeas, y así poder dar una especie de aceptación a la RDA en el viejo continente, fue el principal motivo. Obviamente, esto perjudicó gravemente al equipo que sintonizaba más con el pueblo, con lo que se vio subyugado a un protagonismo secundario: el Unión sería un equipo ascensor e intermitente.
Pese a todo, la final de la Copa nacional ganada en 1968 al Carl Zeiss Jena se recuerda aún con cariño entre los más viejos y fieles aficionados del antiguo Stadion An der Försterei (o Sportplatz Sadowa), así como conocer el sinsabor de la derrota en los ochenta, ante el potente Lokomotive Leipzig (finalista europeo en esa década).
Estos valores, tradiciones y sufrimientos se conjugan en un escudo que ha derivado en una representación ideal de la RDA en la actualidad. A pesar de lo sufrido, el Union Berlín mantiene la esencia de ser un equipo del pueblo socialista: aquél que rechaza el capitalismo exacerbado, las grandes inversiones en el fútbol.
Existen algunos ejemplos que lo han convertido en un equipo “de la gente”. Sin ir más lejos, en un determinado momento de la historia, la Federación germana obligó al Union a hacer reformas en su estadio para acondicionarlo, de acuerdo a las normas que se aplican a la concesión de licencias. Eso obligó a un compromiso económico, costoso para la entidad, y cuyo presupuesto no le permitía pagar a los trabajadores.
En un acto de solidaridad, los socios del club ayudaron a construir el estadio para que el Union pudiese disputar la competición a nivel profesional. Años más adelante, la entidad volvió a pasar por dificultades económicas y necesitaban solventarlas para tener la licencia en la entonces tercera división (Regionaliga Nordost). Viendoselas venir, los aficionados donaron sangre por dinero. No fueron pocos los que lo hicieron, siendo ese montante económico donado al club, el cuál debía una cantidad en torno a los 1,5 millones de euros. No era algo raro, ni mucho menos: antes de comenzar el siglo XXI, el club siempre mantuvo estrechos lazos con los seguidores en términos económicos, bien a través de tómbolas, donaciones u otras formas distintas de dar dinero al club para su supervivencia.
Más ejemplos de lo estrecha que es la relación entre el club y los aficionados son los partidos contra sus “hermanos” del Sankt Pauli, cuyos fondos son destinados para fines benéficos, así como gran parte del merchandising, conciertos de rock y otros eventos populares. Un ejemplo de esto último fue convertir el estadio, con una gigantesca pantalla y unos sofás en medio del campo, en un auténtico salón para que el aficionado fuese a ver el Mundial de 2014. Como colofón, y tradición que se repite año, cada 24 de diciembre los aficionados se reúnen en el estadio para celebrar la Navidad.
Una afición unida, en comunidad, con tradiciones, solidaria y en donde los valores socialistas no entran en contradicción con el 49% de las acciones que se venden dentro del modelo societario vigente en la mayoría de los clubes profesionales en Bundesliga.
Políticamente, los aficionados y el club se han posicionado claramente a favor de la no discriminación siendo, por extensión, un club antifascista. Ejemplo de ello es que en el documento de uso de las instalaciones, el club se reserva el derecho a no admitir a todo tipo de persona que discrimine a cualquier minoría y, dos años más tarde, realizando un concierto organizado en contra del fascismo (y los fascistas por extensión). Su rechazo a clubes sin tradición (como dejó patente frente al RB Leipzig hace unos años) va en consonancia en su no hermanamiento con ninguna afición en especial.
Si bien algunos se tratan bien con el Schalke 04 u otros con el Sankt Pauli, sí que hubo un pasado en el que estaban más unidos con el Hertha Berlín, actualmente su máximo rival. Tal era ese nexo que aficionados del Hertha cruzaban la frontera para ir al Försterei a ver al Union, y los aficionados del Union iban a los partidos del Hertha cuando jugaban fuera de la RFA. Una cercanía que se mantuvo hasta la caída de los blanquiazules a segunda y coincidiendo con el Union en la misma categoría, y en donde los medios se encargaron de alimentar una rivalidad que no había hasta ese momento. La temporada que viene se reencontrarán tras varios años sin verse debido, entre otras cosas, al ascenso del Hertha.
En definitiva, el Union es aquél que está orgulloso de conservar los valores y las viejas costumbres del fútbol como algo popular y no de quien gobierna. La expresión de “arrimar el hombro cuando toca”, “nos toca subir la cuesta de enero”, o ser algo más que un club sufridor.
Un colectivo que ha luchado en Segunda División durante diez años por tener la oportunidad que otros equipos berlineses han conocido alguna vez; alcanzar la élite. Las dificultades financieras con las que vivieron tras la reunificación dan buena cuenta de ello. Sin embargo, su esencia siguió perviviendo (alcanzando el hito de jugar una final de copa nacional contra el Schalke, perdiendo y jugar luego la Copa de la UEFA un año después) a pesar de todos los inconvenientes.
Su perenne lucha ha dado con el ascenso en 2019, tras varios años intentándolo y quedándose a las puertas en el tramo final de la temporada. Una recompensa bien merecida a un club especial, único y diferente, una institución al servicio de los aficionados y cuya supervivencia a lo largo de estos cincuenta años -con multitud de injerencias externas- se funde por el calor de sus gradas. Sus grandes y distinguidos seguidores, esos que están en el TOP 25 de las masas sociales de Alemania (y con gran aceptación en los países nórdicos), formaron, forman y formarán una familia unida de verdad al grito de “Eisern Union”.